En el Perú, el año de 1605, en la Ciudad de los Reyes. Es una noche de fines de octubre. La ciudad duerme bajo el brillo de las constelaciones y sus campanarios se levantan, aquí y allá, más obscuros que la sombra. Luciérnagas y cocuyos enciéndense a millares encima de los huertos y atraviesan los árboles tenebrosos. El húmedo ambiente está henchido de perfumes, y óyese, como en la quietud de los campos, el concierto de los grillos y las ranas, sólo entrecortado por la voz de los serenos o los pasos de algún trasnochador que vuelve de los garitos. Poco a poco, soñolienta...