¡Quién hubiera podido decirle entonces al joven nacionalista Carlo Buonaparte, cuando luchaba en la montaña corsa por la independencia de su patria, al lado de Paoli, que aquel segundo fruto que Letizia Ramolino llevaba en su vientre, siguiendo a su marido por riscos y peñascos, iba un día a dominar Europa. Vino la derrota y con ella la reflexión; Carlo asentó la cabeza y, de regreso a Ajaccio, allí nacerán el resto de sus hijos. Y llegó aquella revolución venida de Francia, ya muerto el padre. La ambigüedad de los Buonaparte, acabó obligándolos a abandonar la isla, perseguidos...